Los hombres aprendieron con los gatos
el secreto de amar a la luz de la Luna.
Los gatos no se esconden
en los oscuros sótanos
para hacerse el amor:
Saltan veloces a los techos,
al paraíso de los techos,
cuando la Luna o bíblica manzana
sensualiza la noche, y el deseo maúlla
como una pena que gozara
o un gozo que gimiera.
Los hombres de estos tiempos
ya no vinculan el amor terrestre
a los misterios de la Luna;
pero la Luna no está sola,
desdeñada, olvidada por los amantes de la Tierra.
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